ESCRIBIR PALABRAS QUE TUERZAN EL RUMBO: SOBRE “LA TRAMA SORDA O LA NUBE DEL NO SABER” DE CARLOS QUENAYA




                                                                                                             Por: José María Salazar Núñez

Según la narratología, la trama es un relato, no necesariamente cronológico, de diversos acontecimientos presentados por un autor o narrador a un lector. En su acepción más general, se trata de un conjunto de acontecimientos, de una urdimbre.

Por ello, hay algo inverosímil en su existencia. Los hechos vitales son desordenados, fragmentarios, oscuros. La trama, por el contrario, “no era oscura, pero era increíble”.

El hablante poético de La trama sorda o la nube del no saber de Carlos Quenaya (Paracaídas, 2016) es consciente de la incongruencia de la trama, de la imposibilidad de esta de contar los acontecimientos. De su ficción arbitraria. “Las frases perplejas se detienen atónitas. Forma parte de su esencia no saber qué decir.”

Las palabras, en este mundo, hace tiempo que dejaron de importar por lo que significan. Por su contenido. La realidad simbólica se mueve, como adelantó Deleuze, por intensidades, por energías.

Esto sin duda produce una sensación de soledad, pero también, como descubre Quenaya, risa ante lo absurdo de nuestras construcciones desbaratadas. “Las palabras provocaban risa en la medida en que proferían ánimos.”

Lo curioso del libro es que es esta risa la que vuelve a conectar a aquello que es dicho (“La brisa del mar golpea duro—balbuceó”) con la trama, con una especie de ficción unitaria. Esta, sin embargo, es vista, en el proceso, como algo inherente al mundo simbólico (o imaginario, en todo caso) del ser humano.

“Su poder era su quietud; el mío, mi pertenencia insólita a un ritmo que vivía en mi interior. Era la trama dentro de mí. Fuera de mí, ella imponía su propio espectáculo.”

Y ese espectáculo es a veces “un tambor estúpido” que de todos modos seduce a la voz que recorre sus atractivos como un detective. En efecto, hay algo de novela policíaca en este conjunto de fragmentos. No solo por la búsqueda constante de una trama que ya está quebrada, cuyos hilos rotos no se pueden desunir, sino por esa tensión entre las palabras y la nube del no saber, aquella que se mueve por todo el flanco del conocimiento ilusorio.

Entonces la búsqueda del hablante no es la del sentido ni la de la unión. Es la búsqueda misma la que se busca, la tensión. “No todo estaba completamente claro. No todo estaba completamente oscuro.” Pero esta tensión no deviene el non plus ultra. “Con esa convicción me acerqué a escribir palabras que torcieran el rumbo (y se pararan de rabo)”. Es decir, el hablante sigue en esa ilusión de ilusiones, en esa precesión de simulacros (como diría Baudrillard), la acepta como tal, alejada de lo real, pero crea algo que cambia esa misma estructura, que para de rabo a las palabras.

En el final del libro un policía llega al lugar de los hechos. ¿Qué hechos? No importa. No hay realidad. Solo referencias de ella. Solo simulacros y un manual que resulta obsoleto cuando del cuerpo se escucha una canción de Los Panchos. Este manual representa acaso los poderes que intentan controlar el simulacro, la hiperrealidad en la que vivimos y contra los que se debe seguir luchando.

Luego de darle vueltas al asunto, el detective no solo llega a la conclusión de que es mejor no pensar —acaso el Poder construye también el pensamiento, el saber, como afirma Foucault—, sino que además termina siendo invadido por la canción, por esa música de la trama que lo ayudará a enfrentarse a ese Poder, a torcer el rumbo, a “aceptar las calles sin fin”. No obstante, esto no es tan sencillo. El detective se termina dando de topes contra el cemento, contra la realidad, que sigue ahí, que no se ha ido a ninguna parte y la tensión lo abate, lo agota. Al lector, por otra parte, le da risa y le deja, por ello, una sensación de vitalidad, que según Quenaya, parece ser inseparable de nuestros esfuerzos humanos. 



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El contenido de los sucesos

El contenido de los sucesos, la esperanza de las posibilidades al límite se había desplegado, dejando tras de si explicaciones fantásticas. Mi comprensión – más alta cada vez que repasaba el sonido enumerado – adquiría así nuevos brillos. Atisbaba, pues, perplejidades, hilos rotos, cabos sueltos, fragmentos que al juntarlos formaban figuras, ideogramas, imágenes mordidas que expresaban de modo rotundo por qué el vaso, sin caerse, estalló. Estalló sobre la mesa, y un poco de espuma cubrió mis manos. De pronto importaba verse otro a través de sí mismo, conquistado por el olor y el estremecimiento.

No era oscura, pero era increíble.

En el fondo ámbar, se dibujaron entonces deseos exasperantes, piruetas interminables que coludían entre si y reproducían una música. El tiempo – que era asombro y alegría- rodo sobre mí, hizo polvo el diamante, trabó una espiral esplendente que no acaba, que continua y en el estar contemplando – teñido sobre la nube- escenas vacías en un escaparate es un sueño concreto, realizable… Fue así como comprobé que no podía destruir los hilos rotos y que, de muchas formas, la trama me envolvía como un licor profundo y exorbitante.





Un sol inestimable

Un sol inestimable me explicaba
en alemán por qué las rosas
sonreían
contra su voluntad
me señalaba
le estaba prohibido intervenir.
Sin embargo, creía que era noble y generoso
advertir los riesgos a los que se exponía
 el profano.
Así entendí cómo al mirar
el mundo, el sol, las flores
había una vegetación nudosa que se explayaba
aquí
                                   y allá
contagiando rumores, dichas, fragancias, pérfidos olores
que escocían y daban gracia
¡Ah caramba!



Roer el bólido

Lloviera sobre mi con el rostro lucido sorbiendo una pajita por el lápiz. Creciera en mí el número estridente y la voz. Soy aborto en el vómito específico. No consigo estornudar desde los plátanos. No consigo exprimir el óxido ni roer el bólido. Y ya crezco para adentro. Me electrizo de tocar las puntas envenenadas. En mi sangre duermo. En el invierno envejezco de cantar. Exploro el vaho urgido por un soplo. En la ventana huyo y escojo el transito molido. Espero de un modo revelador. Soy inconsecuente hasta la medula oprimida. De mí no distingo la espuma coloreada.  Escribo el lodo exasperado contra los vidrios. No sé porque ignoro. Y en el canto llegue a un placer finísimo. La vertical exprime el halito y estoy cansado de pedir limosnas. Me arriesgo al caldo, a la patada y la caricia. Soy inactivo y soy feroz. Soy el oro estrangulado en falanges quietas. Escribo argumentos considerados insulsos.








Comentarios

  1. Hola José María, muchas gracias por la reseña. Hay algo, quizá, de ilusionismo en eso de la trama, pero el fondo de todo -la vitalidad que señalas al final- es una cosa muy tangible y muy personal. Me alegra, en todo caso, que te tomaras la molestia de atar los cabos.
    Los textos que seleccionas tienen algunos errores en la transcripción: algunas tildes (no muy importantes), una palabra en lugar de otra (dice "teñido" en lugar de "tendido") y una frase que remata el último texto que no está.
    Gracias, otra vez, por la atención que le pusiste mi libro. Te dejo un abrazo.

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