La
perra negra fue en un primer momento, un personaje ficticio sencillo de dibujar
y complejo para terminar de comprenderlo.
Nació
a manera de (debo aceptarlo ya) un alterego de quien lo dibuja (yo, debo
aceptarlo otra vez). Y nació de la explosión de un cerebro desconcertado, de mi
auténtica ilusión de sacar el sarcasmo de mi habla para escupirlo en el papel y
del descubrimiento de que allá por esos años (hace 5 exactamente), no existían
refugios para estúpidos que escribíamos poesía en prosa corta.
Quizás
la inexistencia de una categorización exacta para mi es de lo que más he
sufrido hasta hoy.
La
perra negra nació así, de un plumón y hojas recicladas; con la cabeza tan
explotada que su rostro sólo refleja indiferencia. Nació con el fin de unirnos
y quizás un día categorizarnos a quienes escribimos un poco de mierda corta,
frases insolentes e ideas inaceptables. Nace en grupos de quienes se hacen
llamar filósofos, seguidores de Sartre y Camus -porque debo aclararlo, si de
algo me he enamorado perdidamente es de lo complejo que resulta el absurdo
diario- de un inoportuno y ansioso amor que aún espera en Colombia y muere
cuando la vida me encajona en un estante llamado universidad.
Creía
haber matado a la perra negra cuando empezó mi gusto con el extraño arte
atemporal, cuando empecé a deslizarme en este túnel que resulta siendo la
iniciación al arte local que es un arte bastante apartado del mundo, dibujos,
dibujantes, ferias de pulgas, ropa viejuna, música de putamadre, y artistas que
convierten a la ciudad en un lugar siempre impredecible, y en el momento en que
tome valor para levantar la cabeza, esa perra negra estaba ahí. Y supe que no
seríamos enemigas nunca más. Que no debíamos en realidad, separarnos. Que
podíamos coexistir cuál lobo estepario y Harry Heller.
La
aceptación de uno como un ser moralmente sarcástico, violentamente agradable e
inteligentemente gracioso; es creo yo, uno de los pasos más importantes para la
conversión de un objeto de guerrilla en uno artístico.
Y
la inexistencia de una categorización importante en tu vida -porque es
imposible la visibilizacion de aquello que aún no ha sido nombrado- encaja
perfectamente con la creación de algo preciado. Algo imperdible.
Finalmente
mi mayor esfuerzo repercute en que algún cerebro -o varios- logren ver a la
Perra negra como un síntoma de que algo está desencajado en sus vidas; y
ordenarlo, es lo único que abrirá paso a la creación de nuevas revoluciones
artísticas locales. Porque mi querida amiga de moño y tacos rosados quizás no
ayude en la solución de algo -o de nada- pero lo que sí puede, es sacudir consciencias.
Y
qué mejor arte que el de sacudir mentes.
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