Primicia: NUEVO DE FRANCISCO LAYNA / NADIE EN ALGÚN SITIO (ALGÚN TIEMPO DESPUÉS DE LAS PALABRAS)







NADIE EN ALGÚN SITIO
(algún tiempo después de las palabras)

A Eduardo Espina

Ven, ayúdame a aplanar una gota de lluvia.
                                                                                                                                             (Bob Kaufman)






I
(tanteo)

No quedan nariz ni boca. Una leve mancha los ojos y las cejas, a lo sumo.
No dura mucho tiempo una gota de vinagre oscuro que cae en la jarra de la leche.
Extendemos continuadamente sobre la mesa la harina derramada, hasta que apenas queda polvo blanco sobre la superficie.
De veras: el relieve epidérmico desaparece al contacto con ciertas bayas. Y la felicidad está en la yema de los dedos, según científicos rusos.
A menudo estas cosas suceden cuando no quedan testigos dispuestos a declarar en favor.
Se mantiene la voz, pero se difumina el rostro. Ningún olor, entonces, tiene origen.
Los recuerdos se antojan intercambiables.
Avanzan esos contornos hacia mí espolvoreando momentos que reconozco.
Un hisopo asperja mi sarta de conciencias, algunas pretéritas, otras de hace dos lunes, muchas de poca o ninguna solidez, si se me permite la franqueza.
Los que me rodean por su parte leen, casi musitan, la lista de débitos y haberes. Amor negro, por ejemplo, bajo el cielo de las almas. Igualmente las renuncias que caen a tierra, agusanadas, aquí una, allí otra, no las recojas que son buen fermento para la fruta que llega. Estiércol en lugar de historia.
El calor, por fin, ha venido para quedarse. Y el sudor iguala los horarios.
Limpio el vaho en el espejo pero el rostro sigue indefinido. Llamo y la voz también se diluye, un compuesto polar, sal, sangre, tierra disuelta en el agua común, única. Agua que arrastra y convierte en nada lo que arrastra.
Podría causar espanto, angustia, extrañeza al menos, pero no es el caso.
Los olores no tienen procedencia, el sonido es soberano, se difunde sin naturaleza ni maniobra humana. El ademán, el semblante, son ligerísimas máculas que vienen, que regresan, sin ningún ánimo, sin ningún designio.
No es el caso.
Es prioritario decirlo: fuera de foco lo que somos, lo que fuimos.
La luz es una procedencia, solo eso.
El mundo y sus habitantes son imprecisos. Y los sonidos, y los olores, la dirección y también el tiempo.
Los segundos van por detrás de las horas. Las horas se adelgazan, se hacen líneas rectas.
Algo deberá suceder para que la vida continúe. Juguemos, propongo, a los momentos. Las épocas suceden, y los accidentes, y las traiciones.
No hay dueños en este nuevo mundo, neblinoso, casi textil. Un tul blanco y suave delante de nuestros ojos.
Atravesar: ¿qué te puede atravesar? ¿Una emoción? ¿Una terrible noticia? Se suele decir que un escalofrío.
Pero no es el caso.


II
(segundo tanteo)


Tampoco las calles permanecen: el movimiento no se produce sobre la misma superficie. Imposible, en consecuencia, llegar a acuerdos mínimos con lo real.
Respiramos, es cierto, nos movemos, esperamos que lleguen, hay búsqueda, necesidad, nos acercamos… Todo parece una moratoria, pero no se sabe muy bien qué es lo que se aplaza.
La corazonada como método: no es un banquete de corazones, no hay hambre si hay enigma. La presunción es lo único que nos retrotrae. Antes éramos en la luz nítida y pura. Ahora solo estamos seguros de que algún motivo nos empuja.
Los seres y sus contornos dejan tras de sí una estela de nombres. Me apropio de ellos con tan solo observarlos. Soy todo un ladrón de experiencias: eso creo.
Conozco lo que respiran, siento en mí el dolor y el placer de sus vidas, no recuerdo, por el contrario, la voz de mi madre y el sabor de la sangre o del arroz.
Todo sucede sin principio. Nada conduce a sitio alguno.
¿Hay alguna explicación, alguna verdad, algo que todavía llamemos nuestro?
Taracear nuestra experiencia ¿Dónde? ¿En la memoria, en los objetos que nos rodean, en los propósitos?
La Historia Universal de los Intentos: ese debería ser el libro fundacional de las almas nuevas.  
Piedra, papel y tijera: hemos perdido.
Debo pensar, continuar. Sin ideas no hay cosas, ¿o es al revés?
Pero no es el caso.
Sentémonos a la mesa: hasta aquí hemos llegado. La densidad, por ahora, nos beneficia: la razón entre la masa de un cuerpo y el volumen que ocupa.
Un brazo, una pierna, un verbo certero, un ruido amenazador… A partir de este inventario, la persona, el suceso que estábamos buscando. Escuadra, cartabón y empecemos a medir.
¿Es mensurable la bondad, y la intención o la vileza?
Hay una oficina de las buenas intenciones a la vuelta de la esquina. Cierra los lunes, como los museos.
Hoy es miércoles de ceniza y hay que tomar decisiones: hagamos entre todos planes para el pasado.
Buscar sentido siempre es labor posterior.
Y descubro, a medida que avanzo, que las palabras se descuelgan de las primeras líneas: nariz, boca, contorno, felicidad… Llegan sin razones, como si fuera lluvia en el interior de una catedral. El significado cambia, es un juguete, una adivinanza, por instantes una trampa. Ahora sé, por ejemplo, que casa es una palabra defensiva.


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