CUANDO EL DESTINO LLAME, TÓMATE UN CAFÉ/ VICTORIA MALLORGA





El dolor es tan agudo y súbito, como una flecha al pecho, que cae de rodillas sobre el piso. La taza de café se quiebra en docenas de pedacitos. Por un momento, Jacob considera que la larga historia de su familia con las afecciones cardíacas está tocando la puerta, pero el dolor desaparece tan pronto que no atina siquiera a maldecir a su padre por los genes.  El café derramado ha mojado sus rodillas, y Jacob se masajea el pecho con resignación, dispuesto a recoger la porcelana rota, pero la sensación de algo áspero bajo su mano lo detiene.
Se desabotona la camisa rápido, algo indignado por lo que presiente va a encontrar y no se decepciona. Es un rayo. Pequeño, de trazos ligeros, pero clarísimo como si hubiera sido cavado en su piel,  como si fuera una quemadura viejísima, con los bordes alzados. De todas las cosas que le pueden pasar a Jacob Hernández  un viernes por la mañana, esta se lleva el premio a lo bizarro.
El techo comienza a cantar ABBA a toda fuerza y Jacob se levanta del piso,  sosteniendo la porcelana rota en una mano. Si su vecino tiene la fuerza de despertarse a estas horas a patear cosas y cantar que es una reina bailarina, él va a tener que seguir adelante con su día.
*
Lily cree que es una marca del destino.
-Es un rayo de Zeus, vaya a ser que eres el héroe de alguna profecía-  dice, mientras se roba el café de Starbucks que Jacob ha adquirido por necesidad. Lleva los lentes de botella gruesos que usa cuando lee, y parece no haber ido en absoluto a su casa desde el jueves.
- No me digas, – le contesta Jacob, poniendo los ojos en blanco sin siquiera dedicarle una mirada por encima del desastre en su escritorio. Está seguro de que dejó en el folder amarillo todos los papeles de la adquisición de Estudios por parte del Ministerio, pero podría estar equivocado.
-  Si comienzas a ver riachuelos de agua por las veredas no te asomes,- bromea Lily-  necesitamos los papeles del Ministerio para fin de mes.
Ante eso Jacob sonríe un poco y levanta la vista de la búsqueda implacable del fólder amarillo. La luz de la ventana lo obliga a entrecerrar los ojos y lamentar los tonos claros de la oficina. No es un buen día.
- Gracias por tu dedicación, Lily.
Lily hace una reverencia jocosa antes de irse, bastante más animada que hace unos momentos y Jacob vuelve a la búsqueda, abriendo los cajones del escritorio. Su mano izquierda va a su pecho ausentemente, intrigado por la marca e incómodo. No puede olvidarse y cada vez que toca esa zona, la marca despide un calor  absurdo, que supera toda la lógica posible excepto la magia. Pero Jacob no cree en esas cosas. Ni en Zeus.
Más vale dejar morir el tema. Tiene un nuevo tatuaje, papeleo de propiedades que legalizar y un fin de semana por delante. Si muere, pues, ojala que sea después de este trámite.
*
No muere. Luego, tampoco se olvida del tema.
El tatuaje da punzadas en los momentos más absurdos, a veces cuando está muy lejos de casa, o cuando el vecino comienza a cantar. Al principio, Jacob lo atribuía a la quemazón cardíaca que le provocaba el gusto musical de su vecino, pero ahora que ha descubierto el vínculo, es imposible evitarlo.
Lo único que sabe Jacob del vecino es que lo odia.
Puede parecer un poco inesperado, y considerando que Jacob sale del edificio terriblemente temprano para regresar tarde, es una declaración bastante infundada, del tipo que no se sostiene en la corte. No quita que el vecino cante todas las mañanas pop de a través de los años mientras Jacob intenta atravesar su rutina matutina. El vecino de arriba, al que jamás ha visto, es una persona mañanera, que despierta con el beso del sol en sus mejillas y canta con la alegría de un pájaro hasta que se marcha de su apartamento.
A veces, cuando Jacob es torturado con la sétima edición del coro de Don’t Speak, se imagina cómo sería encontrarse al vecino en el pasillo para decirle- nada, probablemente nada, si somos francos.  Si el chico tuviera una voz desagradable, Jacob no habría demorado en iniciar una guerra campal a punta de escobazos en el techo, pero considerando que pasa un noventa por ciento del tiempo que existe fuera del apartamento sería bastante inconsecuente iniciar una guerra, especialmente cuando la voz es de hecho, tolerable.
En todo caso, la cuestión es que el canto del vecino despierta al tatuaje.
Probablemente haya una manera menos ridícula de frasearlo, pero Jacob Hernández, el domingo por la mañana, papeles de la adquisición tirados en el piso de la sala y convencido de que Lily tiene razón y el vecino de arriba es probablemente una especie de sirena enviada por Zeus, no tiene tiempo para esas cosas.

*

- Mira, Jacob, entiendo que estés teniendo tu crisis sexual sobre el vecino, pero esto se soluciona rápido. Subes las escaleras y le pides azúcar y luego- biiiip biiiip
Para variar, llamar a Lily resulta en fracaso.

*

El domingo, a las tres de la tarde,  la camisa abierta y  el tatuaje ardiendo en su pecho, con el vecino en la segunda estrofa de This I Promise You, Jacob llega a la conclusión de que va a tener que mudarse de edificio.
Tras horas de búsqueda en internet, saltando páginas de dudosa autenticidad, la hipótesis de Lily no parece del todo descabellada.  El internet habla de tatuajes premonitorios, de la flecha de Eros y de marcas de almas gemelas, y lo único que Jacob puede pensar es que toda esta fiebre parece ridículamente unipersonal y terrible. Los Hernández no están para sufrir amor místico no correspondido, y Jacob no piensa ir a mostrarle su marca al vecino en afán “te muestro la mía, muéstrame la tuya”.
La llamada semanal de su madre es lo único que consigue sacarlo del súbito torbellino de negatividad.
- Jacob, qué te sucede, te siento muy distante.
- Nada, madre, lo de siempre, trabajo, ya sabes- hace un gesto que busca acompasar todo lo que está omitiendo, entre ello, locura creciente, desesperación y marcas absurdas en el pecho, justo sobre su corazón.
-  ¿Es esto sobre la marca en tu pecho?
Jacob no tiene que pensar mucho para saber quién ha sido la rata traidora.
- Voy a quitarle a Lily tu número.
- Jacob, por favor, sabes que hablamos por correo.
- Le voy a quitar la clave del wifi-  añade, comenzando a escribir  mentalmente un directo e insultante correo destinado a alejar  a Lily por siempre de su madre.
- No me hables en chino, hijo. Tienes que saber que eso es frecuente en nuestra familia.
- ¿Qué?
La voz de Eliza se aleja un poco del teléfono, como si se estuviera acomodando en un diván para darle una lección de historia a su único hijo.
-  Es un símbolo de nuestros viejos lazos. Somos tan antiguos que emparentamos con los celtas, hijo.
- Mamá, estoy seguro de que los celtas se extinguieron antes de—
- Nuestro árbol genealógico se remonta hacia antes de Cristo, Jacob, no seas insolente.
Lo que se remonta a antes de Cristo es la insolencia del que hizo el árbol genealógico que Luis Hernández  adoptó como suyo, tras pagar una cantidad bastante escandalosa de libras, que movió  a Jacob a quitarle a su padre el poder sobre la cuenta bancaria de la familia.
- Es un símbolo de que vas a encontrar al amor de tu vida.
- Mamá, ya te he dicho que no pienso darte nietos- comienza Jacob, en una charla que ha repetido más veces que la cantidad de coros de Don’t Speak que su vecino ha cantado desde el día de diciembre en que Jacob se mudó al edificio.
- Jacob Hernández, guarda silencio y obedécele al tatuaje de tu pecho.
- Sí, mamá.
Cuando Eliza finalmente cuelga, después de insistirle a Jacob que encontrará al amor de su vida en menos de una semana, Jacob se decide a abandonar el apartamento tal como está si es necesario. Pero después, otro día, que no esté tan cansado, y que no tenga que revisar papeles, y que no-
Jacob Hernández  se queda dormido en el sillón arrullado por el coro de Believe.

*

A la mañana siguiente, lo despierta un toque insistente en la puerta. El cuello le duele, su espalda está adormecida, y está bastante seguro de que está tan tarde para el trabajo que ni siquiera vale la pena intentarlo. Se levanta del sillón con dificultad, evitando los papeles en el piso, y tratando de arreglar su cabello sin éxito.
Cuando abre la puerta, se queda un poco de piedra.
- Eh, perdón, pero, ¿crees que pueda entrar a tu balcón? Se me ha caído la jaula de mi lechuza y-
Tiene que ser el vecino de arriba, desde luego, pero lo que sea que Jacob se imaginaba cuando pensaba en el hipotético cruce en el pasillo, queda repentinamente chico. Es, para empezar, más alto que Jacob, y tiene el cabello negro y desordenado, probablemente peor que el de Jacob, pero la cereza del pastel, el verdadero horror del cuadro es la cicatriz que tiene en la frente, igual que la de Jacob.
Es un rayo.
Jacob considera cerrarle la puerta en la cara por un breve momento en el que el vecino frunce los labios y se desordena más el pelo, nervioso.
- Lo siento, soy Federico López, ¿vivo en el piso de arriba?
¡Maneras!, ¡Educación!, grita la parte de Jacob que fue criada por Eliza Black, y Jacob se aparta de la puerta, dejando entrar al vecino- Federico. Si se pone a pensar en el tatuaje en este momento va a empacar sus maletas tan rápido que solo quedará polvo como vestigio de su huida.
- Hm, claro, pasa. Mi nombre es Jacob Hernández.
Federico asiente y entra al apartamento con una sonrisa incómoda, dirigiéndose de frente al pequeño balcón de la pieza.
-Disculpa, trataba de meter a Belerofonte a su jaula, pero no quería y bueno. ¿Espero que no te haya despertado?
Jacob bosteza y niega con la cabeza, medio convencido de que todo es  en realidad un sueño, y aún está durmiendo en el sillón, provocándose un dolor de cuello de alto nivel. Casi puede oír la voz de su madre gritarle que obedezca al tatuaje de su corazón,  pesadilla causada sin duda por la conversación más bizarra que ha tenido con su madre en años.
Lamentablemente, ese es el momento en que Federico López elige voltear de recoger su  jaula y centrar su mirada en el pecho de Jacob. Más específicamente, el pecho desnudo de Jacob, con la camisa entreabierta y el tatuaje.
- Tienes…- Federico hace un gesto con la mano que Jacob no logra entender.
- ¿Qué? – musita, tenso, y Federico López se acerca más, frunciendo el ceño y tocando su propia frente con algo parecido a la reflexión más profunda.
- Tienes la misma cicatriz que yo.
Y, entonces,  en un ataque agudísimo al espacio personal de Jacob, levanta un dedo y lo coloca encima de la marca.
Y, entonces, la marca, como la cochina traidora que fue desde el principio, se desaparece.
Federico retrocede como si se hubiera quemado y Jacob se cierra la camisa como si cerrara un clóset, algo escandalizado por la invasión de su privacidad, y bastante alterado por la súbita desaparición de la marca.
-  Me apareció de repente hace unos días- dice, en un arranque de honestidad insospechado.
Pero más insospechado es que Federico López, el vecino de arriba, sujete la jaula con ambas manos y agache la cabeza como si algo lo aturdiera mucho o lo confundiera. No parece un hombre de emociones complicadas, este Federico López.
Cuando levanta la mirada, hay una media sonrisa nerviosa en su cara que le recuerda a Jacob a todas las páginas web dudosas que leyó el día anterior y hace que su corazón lata furiosamente de una manera vergonzosa. Será posible que…
- Sé que esto es repentino, pero ¿te gustaría salir a tomar desayuno conmigo?
Sus nudillos están blancos contra los barrotes de la jaula, y parece mucho más nervioso de lo que translucen sus palabras, así que Jacob asiente lentamente, con algo de duda, pero poco dispuesto a quejarse del giro que ha tomado la mañana.
- Vale.
Federico López tiene una sonrisa de oreja a oreja que disimula su francamente terrible gusto musical, y eso es algo con lo que Jacob puede vivir.
- Te espero.

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