Por: Braulio Paz
And
I'm busting up my brains for the words
David Bowie, Moonage Daydream
Tartamudo de
José María Salazar es un libro engañoso en tanto que, un lector poco atento,
podría cogerlo a primera vista e identificarlo con una cierta poesía que zarpa
en busca de la “sinceridad” del poema por equipararla con la humanidad del
mismo, esa que ve en cualquier hecho anecdótico justificación suficiente para
el registro lingüístico. Pero la palabra en el libro, desde el título, es
consciente de su fallo, por lo que no puede tratarse tan solo de un ejercicio catártico para lidiar con una condición. “Escribo para no
tartamudear”, esto es ¿poner la confianza en la palabra escrita por sobre
la oral o, podría ser – si me permiten traicionar el texto – “escribo PORQUE
tartamudeo” (a la manera de Lihn: porque escribí, vivo)? Y es que es cierto que asistimos a una versión depurada de una
enunciación quebrada, pero el sonido atascado de la palabra tartamudeada sigue
presente gracias a la semantización de cuestiones de tipografía (como el
resaltar las letras en que el sonido se queda atascado -“la p la t la k”- o alargar
el espacio/silencio entre sonidos). “…por
eso te escribo s i l e n c i o s”, aquello verdaderamente “escrito” no está en lo
que dan cuenta las letras que nos llegan: paradójicamente la “verdad” (si es
que hay algo tal en un poema) está en lo que el poema deja fuera, en ese “no
poder terminar de decir”, la de la alienación del sujeto.
Tartamudo es,
entonces, un “Word con las palabras no encontradas”, buscadas entre un mar de
datos e información con las que nos bombardea el mundo para que, ante su
ausencia, se rellene de datos curiosos, de esa información que opaca. Eso nos
devuelve a la reflexión en torno a la sobreproducción: si en algún punto Internet
pudo ser Utopía, poco a poco la privatización de eso que debió ser espacio
público acaba con el sueño (de la persecución de personajes como Assange al rise and fall de espacios como PirateBay pasando por el elevamiento de sujetos como Bezos por encima de la autoridad de cualquier estado). Aún antes de que se
perdiera la batalla, Internet contenía en sí una cantidad inconmensurable de
data completamente improcesable si se la intentaba abarcar como un todo. Ambas
situaciones generan una necesidad innegable, la de la elaboración de un pensamiento
crítico y poético, porque “en la universidad no te enseñan a pensar la historia
cuando esta sucede en presente continuo” (como acota José María). Un
pensamiento poético que abarque el mundo, el establecimiento de una propuesta
discursiva y vinculante que se sostenga con el tiempo: Salazar nos pone ante el
cuerpo del poema y nos dice que es como un buscador que no dará respuestas, que
la única forma que encuentra de escribir poemas es “googleando páginas de
cultura general”. Muy aparte de cualquier cuestión metatextual (que, desde
luego, sí permea el libro), el tartamudo habla desde la fracción de palabra,
desde esta sobreinformación (que también es sobresimbolización, pero de
símbolos privados de sentido) que no puede procesar en su totalidad: que no
puede enunciar de forma coherente y por los que no puede comunicarse exitosamente con el Otro (presente a lo largo de todo el libro).
Y así el sujeto alienado por esta virtualidad (en la doble acepción de cibernético y de posibilidad no concretada) del mundo como de la palabra, se inventa, finge, para no reconocer que ha estado en silencio todo ese tiempo. Estamos ante el reino imaginario de eso que quería decir que ni siquiera en el poema pudo ser. Pero no es todo, es muy simple (hoy) comprobar que se ha llegado a un límite, que los ojos palpitan y que el mundo está lleno de imitadores del Che y de Mariátegui (esa imposibilidad de volver a soñar el futuro, truncado en la imitación paródica que apenas sirve de antidepresivo). El poema no solo surge de la ansiedad ante la conciencia del estado del mundo, es también la construcción de un paisaje nuevo, aún si este tiene que estar dentro de un juego de Nintendo Wii, un lugar que contenga todas las músicas jamás inventadas. En otras palabras, ¿por qué poesía en medio de la corrupción política, del desastre ecológico, de la deshumanización? Quiero creer que Salazar apuesta por una escritura que no sea ciega al estado del mundo y que, sin embargo, insista en buscar la Utopía (en cualquiera de sus formas, añadiría no la del sueño vuelto pesadilla del XX sino una por otros medios e incluso la del amor al Otro) a pesar de tener todas las estadísticas en contra.
Y así el sujeto alienado por esta virtualidad (en la doble acepción de cibernético y de posibilidad no concretada) del mundo como de la palabra, se inventa, finge, para no reconocer que ha estado en silencio todo ese tiempo. Estamos ante el reino imaginario de eso que quería decir que ni siquiera en el poema pudo ser. Pero no es todo, es muy simple (hoy) comprobar que se ha llegado a un límite, que los ojos palpitan y que el mundo está lleno de imitadores del Che y de Mariátegui (esa imposibilidad de volver a soñar el futuro, truncado en la imitación paródica que apenas sirve de antidepresivo). El poema no solo surge de la ansiedad ante la conciencia del estado del mundo, es también la construcción de un paisaje nuevo, aún si este tiene que estar dentro de un juego de Nintendo Wii, un lugar que contenga todas las músicas jamás inventadas. En otras palabras, ¿por qué poesía en medio de la corrupción política, del desastre ecológico, de la deshumanización? Quiero creer que Salazar apuesta por una escritura que no sea ciega al estado del mundo y que, sin embargo, insista en buscar la Utopía (en cualquiera de sus formas, añadiría no la del sueño vuelto pesadilla del XX sino una por otros medios e incluso la del amor al Otro) a pesar de tener todas las estadísticas en contra.
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