PAÍS IMAGINARIO 1980-1992: LA NECESIDAD DE UNA TRANSCRÍTICA/ DIEGO L. GARCÍA





A partir de la reciente publicación de País imaginario. Escrituras y transtextos. Poesía latinoamericana 1980 – 1992 (Ay del Seis, 2018) se han suscitado interesantes relecturas de lo que el siglo XXI viene sembrando en el campo de la poesía. El siglo XX, con ese tumor inextirpable llamado siglo XIX, viene corriendo tras lxs autorxs actuales ¿qué tan atrás hemos podido dejarlo? ¿Cuánto tardaremos en reemplazar sus categorías de pensamiento?
Partamos de un acuerdo: hay en los proyectos de lxs autorxs reunidxs en este País una respuesta textual a una estructura de sentir compartida. No hay burbujas ni quijotismo, pero ¿qué significa en ese entramado la palabra “continuidad”? La tradición continúa como una presencia contra la que se escribe – La poesía es un continuum milenario – Pueden definirse elementos comunes. Ok, sin entrar en refutaciones filológicas de estos argumentos que han sido expuestos acerca del libro, me pregunto ¿realmente las textualidades que estamos leyendo requieren para ser de los términos “tradición”, “poesía” o “definir”? ¿No se posicionan estas en un trans- que evade a todas esas categorías? La discusión pasaría por enmarcar las poéticas de País en una serie de principios y parámetros constantes dados por la Historia de la Literatura (ni siquiera por la crítica). Incluso por definir, no estas escrituras en sí mismas, sino una concepción de la lectura. Así, abordar una serie de textos sería buscar conexiones que los aproximen a lo conocido, a lo que ya se ha hecho. Pero la cuestión va más allá de lo que cada autor/a se haya planteado a la hora de producir su obra. Estamos ya en el punto de la recepción. No hay modo de amparar una lectura en la interpretación de lo que el/la poeta quiso hacer. La lectura no puede ser un deseo forjado por la “autoridad” del comentador. Debe ser una nueva producción desde los textos. Desde el fósil (tomando una analogía del escritor y editor Eric Schierloh) material que nos ha quedado[1].
¿No hay entonces en este País una destrucción de ciertos elementos vinculados con la tradición poética? Sí que la hay, pero esa acción no agota el mecanismo de estos dispositivos textuales. Si redujéramos las propuestas a ese diálogo con lo ya conocido, habría ganado el pasado. Seríamos otro tumor en el modernismo. La literatura sigue manteniendo hoy una autonomía, al menos cierta literatura, cierta poesía en este caso, pero no en el modo en que lo hizo en los siglos pasados. Se trata de una autonomía subterránea[2], que no responde a una coyuntura social pero tampoco a la illusio de un sistema que legisla sobre la estética desde la hegemonía institucional. Las reglas las establecen las propias obras. Y en ello, en ese tránsito bajo las superficies, la paradoxa poética puede incluir discusiones híbridas, fronteras rizomáticas y transacciones pos-contradictorias. Todo intento de normalizar las lecturas representa una solución anacrónica.
Los modos de leer están quedando atrasados. La poesía de este nuevo País imaginario nos obliga a reinventar las coreografías críticas. Superar la búsqueda del eslabón perdido es una necesidad para habilitar otras respuestas ante el para qué de la crítica.





[1] “El texto es el fósil de la experiencia de la escritura. La lectura es la exhumación y recreación del fósil en la mente reflectante cóncava/convexa del que lee. El libro es el yacimiento donde todo esto ocurre.” E. S. (tomado de su muro de Facebook).

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