A partir de la
reciente publicación de País imaginario.
Escrituras y transtextos. Poesía latinoamericana 1980 – 1992 (Ay del Seis,
2018) se han suscitado interesantes relecturas de lo que el siglo XXI viene
sembrando en el campo de la poesía. El siglo XX, con ese tumor inextirpable
llamado siglo XIX, viene corriendo tras lxs autorxs actuales ¿qué tan atrás
hemos podido dejarlo? ¿Cuánto tardaremos en reemplazar sus categorías de
pensamiento?
Partamos de un
acuerdo: hay en los proyectos de lxs autorxs reunidxs en este País una respuesta textual a una
estructura de sentir compartida. No hay burbujas ni quijotismo, pero ¿qué
significa en ese entramado la palabra “continuidad”? La tradición continúa como una presencia contra la que se escribe – La
poesía es un continuum milenario – Pueden definirse elementos comunes. Ok,
sin entrar en refutaciones filológicas de estos argumentos que han sido expuestos
acerca del libro, me pregunto ¿realmente las textualidades que estamos leyendo
requieren para ser de los términos “tradición”, “poesía” o “definir”? ¿No se
posicionan estas en un trans- que evade a todas esas categorías? La discusión pasaría
por enmarcar las poéticas de País en
una serie de principios y parámetros constantes dados por la Historia de la
Literatura (ni siquiera por la crítica). Incluso por definir, no estas
escrituras en sí mismas, sino una concepción de la lectura. Así, abordar una
serie de textos sería buscar conexiones que los aproximen a lo conocido, a lo
que ya se ha hecho. Pero la cuestión va más allá de lo que cada autor/a se haya
planteado a la hora de producir su obra. Estamos ya en el punto de la
recepción. No hay modo de amparar una lectura en la interpretación de lo que
el/la poeta quiso hacer. La lectura no puede ser un deseo forjado por la
“autoridad” del comentador. Debe ser una nueva producción desde los textos.
Desde el fósil (tomando una analogía del escritor y editor Eric Schierloh) material
que nos ha quedado[1].
¿No hay entonces
en este País una destrucción de
ciertos elementos vinculados con la tradición poética? Sí que la hay, pero esa
acción no agota el mecanismo de estos dispositivos textuales. Si redujéramos
las propuestas a ese diálogo con lo ya conocido, habría ganado el pasado.
Seríamos otro tumor en el modernismo. La literatura sigue manteniendo hoy una
autonomía, al menos cierta literatura, cierta poesía en este caso, pero no en
el modo en que lo hizo en los siglos pasados. Se trata de una autonomía subterránea[2],
que no responde a una coyuntura social pero tampoco a la illusio de un sistema
que legisla sobre la estética desde la hegemonía institucional. Las reglas las
establecen las propias obras. Y en ello, en ese tránsito bajo las superficies,
la paradoxa poética puede incluir discusiones híbridas, fronteras rizomáticas y
transacciones pos-contradictorias. Todo intento de normalizar las lecturas
representa una solución anacrónica.
Los modos de
leer están quedando atrasados. La poesía de este nuevo País imaginario nos obliga a reinventar las coreografías críticas.
Superar la búsqueda del eslabón perdido es una necesidad para habilitar otras
respuestas ante el para qué de la crítica.
[1] “El texto es el fósil de la experiencia de la escritura. La lectura
es la exhumación y recreación del fósil en la mente reflectante cóncava/convexa
del que lee. El libro es el yacimiento donde todo esto ocurre.” E. S. (tomado
de su muro de Facebook).
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