Escribí un libro para pensar la relación entre imagen y experiencia,
aunque poco puedo decir al respecto. No obstante, al leer a Maurizio Medo, al
leer sus fotografías intercaladas en la otra gramática (no menos incompleta),
puedo recuperar algunas reflexiones. El tiempo es la materia, pero a su vez la
piedra más dura de tallar. Si uno escribiera sobre la blanda superficie de uno
de esos cuerpos industriales (objetos-poemas troquelados), no habría irrupción
en la secuencia de experiencias; tan sólo un artificio para el aplauso del
público circense, en el mejor de los casos. Pero, montar un trozo de escena
sobre un tsunami es casi una tarea perdida. Y a lo mejor ese sea el destino de
un texto que siempre llega justo a destiempo para decir: “El tren ya había
partido”.
“Vivo en La Cantuta.
Mi casa está bien al fondo.”
De este modo comienza uno de los poemas-ovillo. Lo que se habita es
siempre una vida temporal, o un temporal que destruye la memoria. ¿Qué es lo
real en todo este asunto? El yo no se refugia en la lengua sino que huye hacia
la intemperie. Paul Auster, explorador de esos desiertos, señala en un
maravilloso ensayo sobre la escritura: “todo aquel que trate de hallar refugio
en cualquier lugar, en cualquier momento, nunca estará donde crea estar”1 . Esa
incertidumbre, ese deshabitar constante, son la nota fantasma de Medo en una
melodía sin prefiguraciones. Es una cuestión de riesgos; quemar las naves o
nada.
En otro poema, más adelante del mismo hilo:
“El valor de lo real se pierde al forzar
la mímesis con ciertas correspondencias
cuyo sentido se pierde con el esfuerzo
realizado al escribir. Si empiezo a ensalzarlas
de seguro obtendría una presea en los certámenes
de poesía auspiciados por los Green Peace
en pro de la franquicia “primavera” en una de
las tantas contiendas en las cuales, previo al brindis,
se nos obliga al antidoping con el fin de evitar
lo tóxico sobre el ecosistema.
Debí de haber empezado el texto con una oscura
metábasis para sostener la frase “en La Cantuta”.”
Este yo no habita las correspondencias. Su padre le dijo “La poesía no
sirve” y él se pregunta si Homero –realmente- escribía. La RAE dice: Poeta
griego de la antigüedad. No dice “lo escrito constituye en sí una perversión /
de 1 “Espacios blancos” en Poesía completa, trad. Jordi Doce, Seix Barral:
2012, p. 269. la realidad”. Eso lo dice… no sé quién lo dice. ¿Tal vez el
Homero que vive en La Canuta y cuyo yo está en duda? Pues esa duda, entonces,
lo vuelve tan real como el edificio de la calle madrileña Felipe IV que pesa
sobre estas palabras.
“El [GATO] es un signo.
No es como la araña, o la idea
de la araña, esa que existe
solo al desaparecer de la tela.”
¿Alguien dijo “gato”? El p-o-e-m-a hubiera muerto. Pensé en ese cóctel
escolar que te asegura una buena nota si ensamblás los términos “lenguaje” y
“revólver” treinta y cinco veces en menos de diez versos en el lapso de lo que
dura el himno nacional de tu país. Pero Medo no ensaya chistes de lingüista; el
lector debe advertir que aquí la poesía está más allá de las fortunas de lo
decible. La certeza de estar en un mecanismo no es una virtud artística, y su
exposición no pasa de un denso cliché profesional con textura de manual de
usuario.
“11. Tal vez así. Con el tiempo justo para tatuarme un lema
con una frase que me libre de cualquier karma expiatorio.
—No hay culpa, es el devenir — oí al Buda la vez
que empecé a responder este nefasto test
esperando el tren a Extremadura.”
La experiencia está interferida, no (sólo) por el lenguaje sino por la
posibilidad de que transcurra. Y en la misma frecuencia, la vida es interferida
por las posibilidades (entre ellas, la de ser discurso). Por ahí viene el
planteo: el test exige surfear el tiempo y caer, completar con stickers los
agujeros, responder con un lema tatuado; la poesía no. No hay karma. Es puro presente
que llega tarde (o al menos, que llega tarde al lector).
“—Es un código— me respondió cuando la idea
del poema quiso aparecérseme como la Antikythera
descubierta en un barco hundido
en el fondo del mar griego.
O la prehistoria de lo que se pudo descifrar al oír
la caja negra de un aeroplano:
un registro sonoro
del trayecto que, tal vez, en sí ya era algo pasado
como ese barco hundido
o el momento mismo en que escribí “vivo”,
pero sujeto a los esquemas del siglo XX.”
Y un tren lento apareció por la curva. ¿Dónde espera el lector? ¿En la
estación anterior o en la próxima? La caja negra registra en tiempo real lo que
el diario llamará “tragedia” cuando ya nadie esté hablando y el trayecto haya
concluido. Gracias por elegir nuestra Compañía. En la morgue les entregarán los
poemas correspondientes. No se alarmen: todo está en ese momento mismo en que
escribí “vivo”, aun cuando el arnés de marioneta del siglo XX sea necesario (¿o
acaso no está sonando Bob Dylan de fondo?). Lo que encontrarán en este libro es
ese desliz sobre la superficie del tiempo, el roce y la fricción de un lenguaje
que siempre está a punto de entrar en la curva final. Ese planteo le permite al
autor lanzarse hacia una escritura sin deudas con las convenciones o las modas
literarias y explorar su propia constitución. Hay una discusión interna en los
textos que pasa lejos de los planteos canónicos sobre la metáfora, el
coloquialismo o el uso del yo. Lo que aquí acontece se ha desprendido hace
tiempo de la –permítanme llamarla así- “formalización” como conflicto. La rueda
de hámster del Poeta que juega con masas de colores y arma figuras (y teoriza
sobre ellas) se vuelve un absurdo ante escrituras como la de Maurizio Medo. Lo
metapoético es parte del tráfico de un texto en movimiento, no un círculo de
ingenio. La experiencia es en sí una interpelación al signo que la surca (pero
nunca la contiene). En uno de los versos citados se hablaba de lo forzado como
pérdida; ese roedor en verdad no va a ninguna parte. En el programa de hoy
vamos a enseñarles cómo armar una rueda con materiales reciclados para que
ponga a correr a su mascota-poema. La metáfora y la literalidad son dos formas
de pegar las varillas, pero el animal terminará de la misma miserable manera.
Precaución: en un campo abierto se perdería de vista, saldría de nuestro
control y hasta dejaría de estar ahí; se volvería parte de la intemperie, un
espacio blanco sin etiquetas de seguridad. ¡Pero qué bien se siente dejar
correr! (¿Lo has probado?). Recomiendo al lector salir de su oficina mental,
buscar un sitio sin aromatizante de ambiente y apagar la playlist “Poesía cool
para atardeceres grises”. Entable un radio-contacto casero, una línea que
reciba también el ruido de las esferas. No es necesario domesticar al texto.
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